Había una vez un príncipe en un lejano reino que era muy querido por todos. Todas las princesas y jóvenes solteras del reino soñaban con casarse con él, pero él no mostraba interés por ninguna. En vez de eso, prefería pasar su tiempo con su adorable gatita llamada Mimi, que jugaba con él y ronroneaba en su regazo junto al fuego.
Una noche, el príncipe levantó a Mimi en sus brazos y le dijo: «Mimi, ¡eres tan dulce y cariñosa! ¡Si fueras humana, me casaría contigo!» En ese mismo momento, como por arte de magia, apareció un hada que le dijo: «Príncipe, tu deseo será concedido.»
A la mañana siguiente, el príncipe se despertó, y en lugar de Mimi encontró a una hermosa joven con largos cabellos y ojos brillantes a su lado. El príncipe se enamoró de inmediato y decidió casarse con Mimi, ahora en forma de una bella princesa.
Pronto se celebró una gran boda en el reino, y todos se llenaron de alegría. Mimi era feliz, siempre sonriente, y parecía contenta como nunca antes. Pero un día, en la gran sala del palacio, una pequeña ratita pasó corriendo, y Mimi, ahora princesa, no pudo evitar lanzarse a atraparla. ¡Todos en la corte se echaron a reír al ver a la princesa Mimi persiguiendo a la ratita por todo el salón! Y cuando veía a un perro, corría a esconderse detrás del príncipe, temblando de miedo – después de todo, aún le quedaban algunas costumbres de gato.
El príncipe, sin embargo, la tomó en sus brazos y le sonrió: «Te quiero, Mimi, tal como eres, incluso con tus maneras de gatita.» Desde entonces vivieron felices y contentos. Mimi disfrutaba de su nueva forma humana, aunque de vez en cuando seguía observando a las ratitas con una mirada que todavía tenía algo de felina. Y así, todos en el reino se alegraban cada día y se reían cada vez que la princesa Mimi hacía alguna travesura un poco gatuna.