En un tiempo olvidado, cuando el alba del mundo aún era joven, dos reinos yacían separados por una barrera inquebrantable: un cristal mágico. Este velo separaba el mundanal gris de los humanos del reino vibrante de las hadas, un lugar donde el espectro completo de colores bailaba libremente. Las casas humanas, su cielo e incluso su gente, todo teñido en sombras de gris, contrastaban con la exuberante vivacidad del otro lado.
En este escenario de contraste, vivía una hada joven de nombre Iris. Su belleza era tan radiante como su corazón, lleno de compasión por los humanos atrapados en su mundo monocromático. A menudo se le encontraba en la orilla más cercana al cristal, sus ojos cristalinos reflejando un profundo deseo.
«¿Cómo pueden vivir sin conocer el color?», se preguntaba Iris, sus palabras cargadas de una melancolía profunda.
Una tarde, mientras el sol se ponía, pintando brevemente el cielo de las hadas con tonalidades aún más espectaculares, Iris compartía su sueño con sus siete amigas más cercanas. «Desearía poder cruzar este cristal y llevar la alegría del color a su mundo», confesó, una lágrima asomando en su ojo.
Sus amigas, movidas por su anhelo, conspiraron en secreto. «Tenemos los medios para construir un puente, un arco que desafíe este cristal», dijeron con determinación. «Usaremos el polvo mágico de nuestras alas para tejerlo, cada una aportará el color de su esencia».
Y así, bajo la luz de la luna llena, comenzaron su obra. Las hadas danzaron en el aire, sus alas desprendiendo destellos de polvo mágico que se entrelazaban, formando un arco de colores resplandecientes.
Al amanecer, Iris se encontró frente a este puente arcado, sus colores brillando intensamente contra el amanecer. «Es más hermoso de lo que jamás imaginé», susurró, sus palabras llenas de asombro y gratitud.
Cruzó el arco, y al instante, su presencia en el mundo humano fue como una lluvia de luz. La emoción la embargaba tanto, que lágrimas de felicidad brotaron de sus ojos, cayendo sobre el arco. Esas lágrimas, mezcladas con el polvo mágico, filtraron el color a través del cristal, teñiendo el mundo humano de rojos, azules, verdes y amarillos. La transformación fue inmediata y asombrosa.
Desde ese día mágico, Iris y sus amigas se dedicaron a renovar el color del mundo humano cada vez que el gris amenazaba con volver. «Cada vez que veas un arco iris y sientas gotas de lluvia acariciando tu rostro, recuerda nuestro regalo para ti», susurraban al viento, un recordatorio eterno de su gesto de bondad.
Y así, la leyenda del Arco Iris se tejió en el tapestry del mundo, un puente entre dos reinos, y el testimonio del poder de la amistad, el sueño y el color.